«El
conocimiento no vale si no se comparte»
«Pensar sin aprender es esfuerzo
perdido; aprender sin pensar, peligroso»
La medicina es una
profesión basada en el conocimiento y los médicos y profesionales de la salud
somos, por encima de todo, trabajadores
del conocimiento. La investigación
a su vez es la fuerza motriz que hace avanzar ese conocimiento y, como
consecuencia, ayuda a mejorar la vida de las personas, objetivo final de la
medicina. La actualización constante de los conocimientos del médico, no es
solo una responsabilidad de cada
profesional de la medicina, sino que, facilitarla y exigirla es, también, una
obligación ética para con los pacientes, por parte de las instituciones,
públicas o privadas, donde esos profesionales trabajan . Al fin y al cabo, el
mayor valor de un de un sistema sanitario en su conjunto es el conocimiento y
la formación de su patrimonio humano.
Entonces, ¿de quién
es la responsabilidad de la
actualización de los conocimientos y habilidades de los profesionales
sanitarios?. No cabe duda de que los médicos tienen la responsabilidad de
mantener sus conocimientos y habilidades en cada momento de acuerdo a la lex
artis* y de actuar como transmisores de los progresos de la medicina en beneficio de sus pacientes. Y si son
los pacientes los principales beneficiarios y, por ende, la sociedad
entera ¿no deberían las
instituciones sanitarias, en un sistema sanitario público, ser copartícipes de esta responsabilidad y esa
exigencia?.
En el caso de la
sanidad española, parece que no. Así como en muchas empresas de muy
diversos ámbitos, éstas se preocupan de mantener a sus empleados bien formados
como parte sustancial de su valor diferencial, en el ámbito sanitario, esa
responsabilidad se basa principalmente en las iniciativas particulares de cada
profesional. Más aún, teniendo en cuenta, que más allá de la motivación
intrínseca de cada profesional, la formación continua y la actualización de
conocimientos requiere, en muchos casos, de una financiación fuera del alcance
de éstos.
Nos encontramos
entonces con que algo tan sensible
y valioso, requiere de otros
protagonistas cuyo objetivo final no es, únicamente, el bienestar de la sociedad
y cuyo negocio gira en torno a la promoción de sus productos . Es claro que, en
España, la industria farmacéutica,
por la dejadez de las instituciones públicas, es la encargada de financiar la
parte más importante de la actualización de los conocimientos de los
profesionales de la medicina.
No se puede negar
la importancia de la industria farmacéutica en el avance de la medicina, pero
los objetivos de dicha industria incluyen, de manera legítima, maximizar sus
beneficios, lo que en ocasiones colisiona con la defensa del bien común,
responsabilidad insoslayable de la “lex artis” a la que los médicos están
obligados.
De este modo, la situación actual de un médico
en España es tal que, si quiere investigar, formarse o actualizarse en su
conocimiento, tiene que llamar a la puerta de la industria farmacéutica, lo
que, en mayor o menor medida, pone en tela de juicio la verdadera
“independencia” en su práctica clínica.
Nos encontramos, por tanto, con unos
profesionales que, intentando avanzar en sus conocimientos mediante la
investigación, o simplemente mantenerse actualizado, se arriesgan a ver
limitada su independencia mediante la búsqueda del “cariño”, necesariamente
interesado de la citada industria.
Sin ánimo de demonizar el comportamiento de la
industria y teniendo en cuenta que gran parte de los médicos españoles no
podrían mantenerse en la vanguardia de sus especialidades sin su iniciativa, se
puede considerar que la industria, a su manera y con sus intereses, llena un inmenso vacío institucional que
aprovechan legítimamente en su beneficio para fomentar el concepto de fármaco/tecnología como bien de consumo
lejos del concepto de fármaco/tecnología como bien exclusivamente diagnóstico o
terapéutico.
Y
¿es de verdad esto tan relevante?.
La intuición nos haría pensar que esa intromisión de la industria en la
mismísima cocina de nuestros conocimientos, podía ser perniciosa al condicionar
nuestra práctica clínica, pero, en el fuero interno de cada profesional, eso se
relativiza pensando que nuestra “alma médica” no es tan fácilmente
influenciable. Pero tal como puede verse en el gráfico siguiente, una cosa es
nuestra alma y otra la de nuestros compañeros.
Encuesta a MIR, por cortesía del Dr. Javier
Padilla.
En
una reciente publicación de la prestigiosa revista JAMA desvela un estudio
que la intuición ya preveía. En el artículo "Association
of marketing interactions with medical trainees' knowledge about evidence-based
prescribing: results from a national survey.", se relaciona un mayor
contacto con la industria con un peor conocimiento de la evidencia científica disponible,
poniéndose de relieve esta perversa asociación.
En definitiva y de
manera cruda, tal como afirman los autores de este blog: “tu relación con la industria farmacéutica es mala para la salud de tus
pacientes” (http://medicocritico.blogspot.com.es/2014/08/tu-relacion-con-la-industria.html).
Y si esta es la
situación en el nivel del profesional individual, la cosa se pone más cruda
cuando nos referimos a las sociedades
científicas**, cada vez más permeables a la financiación y las opiniones de
la industria farmacéutica.
No nos engañemos,
si yo fuera Farmaindustria, me plantearía por qué seducir a cada médico si
puedo seducir a una sociedad llena de ellos. Y si fuera sociedad científica,
porqué no aprovechar este interés en seducirme en mi propio beneficio y así mantener
unas estructuras, en muchas ocasiones desmesuradas.
En
realidad, si esto fuera así en todo el mundo, podríamos relajarnos y disfrutar del magnífico XII Congreso a celebrar
en Cayo Coco. Pero desgraciadamente, no parece que en todo el mundo sea igual,
y, aunque la relación de la industria farmacéutica con los profesionales existe
en cualquier parte del mundo, el grado de implicación de ésta en la formación
de los mismos en España es preocupante. Entre otras cosas porque es
prácticamente imposible acudir a un congreso o a un curso de esos de a 500-1000
euros por inscripción, mas viaje y alojamiento, sin que antes “te saque a
bailar” un representante de la industria farmacéutica. Y para muestra, otro
artículo de la Dra. De Pablo (http://curaraveces.wordpress.com/2014/05/14/en-junio-tengo-congreso/).
Pero, ¿realmente
cuestan eso todos los cursos-congresos o podemos empezar a hablar ya de una “burbuja de la formación”?. Porque si
las instituciones o “empresas” para las que trabajamos no hicieran dejación de
sus responsabilidades, teniendo gran parte del capital humano docente y con gran
parte del patrimonio del conocimiento en medicina, no cabe duda de que se
podría crear una red de formación
donde los propios profesionales pudieran actualizarse al margen de complejas,
caras e innecesarias maquinarias organizativas. Si las riendas de la formación
las llevaran los que realmente deberían preocuparse de la formación de
sus profesionales, la industria farmacéutica, no sería el eje central de la
misma, sino una indispensable herramienta auxiliar. Así, eliminaríamos la
incomodidad que produce la duda más que razonable que surge cuando la industria
citada,, lejos de ser un invitado más, se establece como el anfitrión de la
formación e investigación. Y claro, el que paga, elige el menú, el lugar y los
que van a la cena.
Y si vamos más
allá…¿Alguien se atreve a ponerle el cascabel al gato de la industria farmacéutica?
Podríamos empezar con exigir una mínima regulación de una industria que sigue
únicamente la lógica, a veces perversa de un mercado no regulado buscando los
intereses de sus accionistas, por parte de gobiernos que deberían velar
únicamente por los intereses de sus ciudadanos.
Y
todo este proceso, fundamental en la calidad de la medicina que reciben
nuestros conciudadanos, ¿quién lo
controla?. Pues una vez más nos encontramos con unas instituciones que no
solo no lideran la expansión del conocimiento sino que carecen de órganos
regulatorios que exijan y garanticen que dicha formación está orientada a
ofrecer la mejor práctica clínica a nuestros pacientes.
En este punto, a
nivel nacional o regional tendrían validez las tan necesarias Agencias de Evaluación de Tecnología,
quienes vendrían a marcar de manera independiente las líneas que delimitan la
evidencia científica. También instituciones públicas enfocadas a la Formación
Continuada, al estilo de la extinta Laín
Entralgo, bien gestionadas y
sin interferencias políticas capaces de realizar y publicar auditorías como las realizadas en
docencia, tendrían un papel indispensable en un marco de fomento, exigencia y
acreditación de la formación continua
Es cierto que todos
estos instrumentos existen o existieron. Lo que hace falta es cambiar las
reglas del juego y que los propios profesionales, a través de sus
organizaciones, fueran conscientes de la importancia que para la salud de
nuestros pacientes tendría la necesidad de una certificación periódica del conocimiento o evaluación de la competencia
también regulada desde las propias instituciones sanitarias.
Como en tantas
otras cosas, la industria, las sociedades y las instituciones, instauradas en
sus propios intereses o en su dejadez, no van a dar el paso del cambio así que
una vez más; o éste surge de los profesionales o no podemos esperar que nada cambie sin cambiar nada.
**El conflicto de interés económico de las asociaciones profesionales sanitarias con la industria sanitaria. SESPAS 2011.
Algunos enlaces de interés ya mencionados y
otros por mencionar:
http://medicocritico.blogspot.com.es/2013/03/no-mas-lagrimas-patrocinadas.html
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